Lluvia

 
Melancólica tarde de lluvia.
Parecía que me miraba
el calamar gigante
desde su vitrina del museo.
La lluvia persiste,
seductora y arrogante.
La castañera no quiere mirarme.
Me tiende su negra, pequeña mano,
                    que retira
con algunas monedas de más.

Tiene veinte años.
Y sus manos también tienen veinte años.
La puta de la estación
aún sigue ahí,
                   plantada,
esperando a que aparezcan
los hambrientos soldados de los viernes.
La lluvia marca el ritmo
chirriante de la tarde.
El café se ha enfriado
mientras miro desde el interior
de mi vitrina del museo.
La lluvia cae lenta,
machacona y agónica.

La estampa del bar
no puede ser más triste:
                 individuo solo tras la ventana”.
Bueno: solo no.
El barman sigue con la vista
a la chica del semáforo
mientras va secando copas.

El barman suspira.
                   La chica se aleja.
La lluvia se obstina.
© Lorenzo Salas

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