Aquel dulce aroma
que olía a vainilla
como todos los de la infancia,
que aún hoy recuerdo, y añoro
a veces, ahora es sepultado
por otros, que lo cubren,
lo retuercen y suplantan,
como malos sucedáneos
que la memoria admite
a regañadientes.
Quizá el duendecillo mentiroso
que siempre me acompaña
me cuente que todavía
perduran en el aire
las esencias de romero
y de lavanda
que antes me envolvían
como una nube
protectora y amigable.
Quizá yo quiera creer
que el perfume puede reconstruir
lo que el tiempo ha destruido.
© Lorenzo Salas
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